jueves, 13 de diciembre de 2007

El retorno del señor M



Uno de los mayores impulsores de la nueva crónica periodística estuvo de paso por Lima. Carlos Monsiváis, la voz del desmadre en México, llegó con un retraso de noventa días a un coloquio sobre humanismo. Sin embargo, a su paso por nuestra ciudad dictó cátedra.

Por: Roberto Ramírez




¿Ventanilla o pasillo?- pregunta la despachadora, impasible, sin levantar los ojos del ticket aéreo.

Carlos Monsiváis, una de las mentes más lúcidas de estos tiempos, narrador singular de la cultura popular, cronista de desventuras y prodigios, ha viajado tanto que a estas alturas de su vida le da igual, ventanilla o pasillo.

La última vez que estuvo en Perú fue hace un par de años, cuando recibió el grado de Doctor Honoris Causa de la Universidad Mayor de San Marcos (2005), y cuando fue invitado a dar una conferencia (“El derecho de llorar”) sobre el melodrama, durante el Séptimo Encuentro Latinoamericano de Cine (2003).

Mientras el auto recorre los trece kilómetros que separan el este del Centro Histórico del aeropuerto internacional Benito Juárez de México, es probable que el señor Monsiváis viaje pensando en la última película que vio o en el último libro que leyó.

Admite que la cultura fílmica es hoy en día una ruta formativa y visual que se propone como guía mayoritaria pero insiste en que nada reemplaza o reemplazará a la lectura.

Tal vez se desplace rumbo al aeropuerto ensimismado, cavilando sobre lo complicado que le resultaría hablar de humanismo, porque este término –lo diría después- se usa cada vez menos en estos tiempos; o quizá vaya abrigando la ligera esperanza de no encontrarse con muchos periodistas que buscan largas y tediosas entrevistas, pero a quienes, a pesar de ello, recibiría siempre con gran cordialidad y tremenda paciencia.

Cuando llegó finalmente al inmenso y congestionado “Benito Juárez” y mientras colocaba con lentitud su maleta encima de la rampa del equipaje, un dependiente que registraba su pasaporte le informó que por una reciente norma, necesitaba visa para ir al Perú.

“Su atención por favor, pasajeros con destino a Lima, sírvanse abordar…”. Ese aviso ya no tenía sentido para este gran escritor, ensayista, periodista, lector omnívoro y posiblemente el mejor cronista que ha parido la patria de Dolores del Río, Octavio Paz, María Félix, José Emilio Pacheco, Cantinflas y el Chavo del Ocho.



El siempre polémico Monsiváis que estaba invitado a un coloquio de humanidades en la Universidad Católica del Perú (que se realizó durante los últimos días del mes de agosto), tuvo nuevamente que recorrer, pero esta vez de regreso, los trece kilómetros que separan el aeropuerto de su casa.

Tres meses después de haber concluido el mencionado evento académico y ya con el visado correspondiente, el ubicuo intelectual mexicano llegó por fin a nuestra capital.

Hace unos días dictó en dicha casa de estudios dos conferencias, una sobre humanismo y otra sobre neoliberalismo en América Latina.

“He encontrado muchas dificultades para hacer mis notas porque el término se usa cada vez menos o es utilizado sólo con fines de grandilocuencia programada” señala este incomparable historiador de las mentalidades, al referirse al humanismo.

Monsiváis luce saco oscuro con pelos de gato en la espalda, camisa abierta hasta la mitad, mirada somnolienta pero lúcida, polo blanco, no lleva corbata pero sí el cabello desordenado; lee sus apuntes con un poco de dificultad, su voz es grave, de pronto susurrante, bien modulada, arrastra las sílabas o las suelta rápido, respira entrecortadamente, como si tuviera breves y casi imperceptibles abscesos de asma.

Tiene 69 años y unos lentes inmensos. Obtuvo el premio Anagrama de Ensayo (2000) por su libro Aires de familia y el Juan Rulfo le fue otorgado el año pasado. Se convirtió así en el primer intelectual que obtuvo ese lauro gracias al uso de su pluma en crónica y ensayo, y no necesariamente en narrativa u obra poética.

Antes tuvo diversos reconocimientos como el Premio Nacional de Periodismo en 1977, y el premio Jorge Cuesta en 1986. Es un defensor de las grandes causas y es innegable su cerrada defensa de los derechos humanos.

Pero Monsiváis no es amigo de las ceremonias, ni de nada que lo haga salir de su casa. Por eso cuando, a raíz de su último premio, le hicieron un busto de bronce en la galería principal de la Universidad de Guadalajara, sólo atinó a decir: “Este día es para mí, muy especial porque por primera vez asumo un compromiso conmigo mismo. Cuando me toque el momento y mis aspiraciones dejen de latir, que entierren primero al busto".

Respira, bebe un sorbo de agua y continúa su ponencia. Monsiváis comenta que el humanismo tradicional pierde la mayor parte de su fuerza movilizadora en el siglo XX, luego de las dos guerras mundiales, el Holocausto, las guerras del colonialismo, los golpes de Estado, y muy particularmente los etnocidios, de Ruanda a Darfur, de Camboya a Serbia, de Uganda a Chechenia.

Pero no cree que actualmente, dado el auge de la tecnología y la ciencia, se haya erradicado el humanismo porque éste –agrega- no es simplemente un curso sino una manera de situarse frente a la realidad.

Añade que no hay detrás de la ciencia y la tecnología un poder que elimine al humanismo.

“Son hechos ostentosos (la ciencia y la tecnología) pero no son grandes interpretaciones de la realidad. Un efecto especial no se verifica a sí mismo ni se convierte en un punto de vista. Sólo es un efecto especial. Así también cualquiera de las maravillas tecnológicas. Internet, por ejemplo, necesita un punto de vista que examine todo lo que entrega”.

Mientras el público lo aplaude Monsiváis observa la puerta de salida. Resuelto se levanta de su asiento y se dirige sin dilación fuera del auditorio.


El autor de Días de guardar, Amor perdido, Entrada libre, y Lo marginal en el centro, trata de pasar desapercibido, pero sus intentos son infructuosos. Afuera un grupo de profesores, estudiantes e incluso algunos escritores locales lo esperan para saludarlo, para fotografiarse junto a él, pedirle que autografíe algún libro de su autoría o simplemente para conversar.

¿Es cierto que uno de sus gatos se llama Miau Tse Tung?. Monsiváis asiente. Le preguntan sobre la última edición de su libro Escenas de pudor y liviandad. “Es una antigualla renovada”, responde.

Es iconoclasta y cuando se le pregunta sobre lo herético de sus textos cuenta una historia referida a las peregrinaciones que se suscitaron en México luego de una presunta aparición de la virgen de Guadalupe en un refrigerador. “Lo cuento con todo el respeto para la virgen de Guadalupe… y para el refrigerador”, manifiesta.

Ha sido protagonista de programas de televisión, de cómics, de novelas, de obras de arte con adornos pop, tuvo un grupo de rock humorístico –los Tepetates- y hasta aparece en un video clip, todo en sepia, del cantante Luis Miguel.

Tiene que irse y nadie quiere que se vaya. Entonces da la media vuelta, sube a un auto que lo lleva al hotel donde se aloja. En el vehículo no hay pasillos, sólo ventanas para mirar cómo se va el sol, cuando muere la tarde.



Lima, 26 de Noviembre de 2007
Suplemento Variedades del Diario Oficial El Peruano

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