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El Acta de Fundación de Lima, se encuentra celosamente resguardada en el Archivo Histórico de la Municipalidad de Lima. Este documento representa una verdadera joya para la historiografía de Lima. Para hallarlo era necesario sumergirnos en el sótano de nuestro pasado.
Por Roberto Ramírez A. (*)
La rúbrica de Francisco Pizarro es un par de trazos ondulantes, verticales e históricos. Son como sinuosos garabatos que llevan en medio el nombre del conquistador.
Su autógrafa de puño y letra, estampada en el Acta de Fundación de Lima, fechada el lunes xviij del mes de henero de el dicho año (1535), se puede apreciar a pesar de sus cuatrocientos setenta y tres años de antigüedad.
Es en el sótano de la Municipalidad de Lima donde están guardados estos valiosos documentos. Hay una inmensa puerta de acero, parecida a las que resguardan las bóvedas de los bancos, que nos separa de la historia.
Se abre lentamente, nos quedamos fuera unos instantes, porque el fuerte olor del papel guardado por siglos, puede causarnos, dicen, el mismo efecto que varias copas de Pisco Sour.
“Es recomendable entrar con mascarillas”, nos comenta un amable y atento trabajador de la municipalidad.
La preservación de estos originales es asombrosa, verlos nos remonta por un segundo a aquella época en que Lima, era un valle, un huerto florido, un frondoso bosque de árboles ornamentales y frutales. Un vergel del siglo XVI.
Además de la firma del conquistador están las rúbricas de Alonso Riquelme, García de Salcedo y Rodrigo de Mazuelas.
El acta de fundación está incólume en el folio 23 de este Primer Tomo de los Libros de los Cabildos. El vergel y el inmenso valle perduran en las nostálgicas crónicas de antaño.
¿SABÍA O NO FIRMAR?
Al observar la autógrafa de Pizarro es imposible no recordar las contradictorias opiniones que existen sobre si el español supo o no escribir.
Hay cronistas que dicen que Pizarro sólo sabía hacer las dos rúbricas, y que en medio de ellas, su secretario era el que ponía estas palabras: El marqués Francisco Pizarro o Francisco Pizarro, o a veces solo Fran Pizarro.
“Los documentos que de Pizarro he visto en la biblioteca de Lima, sección de manuscritos, tienen todos, las dos rúbricas. En unos se lee Franx.º Piçarro, y en muy pocos El marqués. En el Archivo Nacional y en el del Cabildo existen también varios de estos autógrafos”, relata don Ricardo Palma.
Palma agrega que “en el Archivo general de Indias, hay varias cartas en las que, como en otros documentos, se reconoce, hasta por el menos entendido en paleografía; que la letra de la firma es, a veces, de la misma mano del pendolista o amanuense que escribió el cuerpo del documento”.
En el sótano, aparte de la sensación de inmersión, hay mucha más documentación archivada en 49 volúmenes de Libros de Cabildos y Libros de Cédulas y Provisiones (31 Libros en 34 volúmenes).
¿Qué pasaría si todo esto se llegara a perder?, me pregunto mentalmente mientras reviso el archivo. Son siglos de la más sabrosa y detallada información sobre nuestra ciudad, sobre el Perú y sobre América desde la llegada de los españoles hasta la Independencia.
El Libro I contiene actas de cabildos realizados desde 1534 hasta 1539. Luego hay otro libro con actas fechadas entre 1544 y 1546.
¿Qué pasó con las actas de 1540 hasta 1543?. Desaparecieron envueltas en un halo de misterio. Se dice, no sin cierta truculencia, que corresponde al momento en que Pizarro fue asesinado y que probablemente por cuestiones políticas los partidarios de Almagro el Mozo, habrían optado por desaparecerlas.
Seguimos revisando este Primer Tomo y también vemos el documento del Cabildo celebrado en Jauja el 29 de noviembre de 1534, que antecedente de la fundación de Lima.
Como se sabe, la ciudad de Jauja, ubicada en la serranía, fue hasta octubre de 1533 la sede oficial de gobierno. (Sangallán, pueblo cercano a Pisco, también fue considerado candidato a capital)
Pero, Xauxa, en medio de las quebradas de la Cordillera de los Andes, era considerada una desventaja estratégica para enfrentar a los indígenas o para rechazar un sorpresivo desembarco “invasor” en la lejana costa.
Pizarro optó entonces por trasladar la capital a un lugar más asequible y próximo al mar.
Dicen los cronistas que Pizarro vio en el valle del Rímac, un enorme huerto florido, un frondoso bosque que parecía un vergel hecho ciudad.
DOCUMENTO PERDIDO
Revisando algunos textos de la etapa de la República, nos enteramos que tras el derrocamiento del general Manuel Ignacio de Vivanco, se produjo la misteriosa desaparición del Libro Primero que se encontraba en palacio de Gobierno.
Años después al notarse su desaparición corrió el chisme de que el general lo había obsequiado al Museo Británico.
Pero el historiador Enrique Torres Saldamando, informó luego, que Vivanco había guardado el libro para evitar que se pierda en medio de la crisis que se vivía, pensando en entregarlo después a la Municipalidad. Sin embargo, la muerte, sorpresiva a veces, inesperada siempre, no lo permitió.
Los bienes del general pasaron a poder de su hijo Reinaldo de Vivanco que murió defendiendo Lima de la invasión chilena en 1881, sin saber que poseía esta invalorable joya. Su viuda Doña Domitila de Olavegoya, adolorida por la pérdida de su esposo, decide recluirse en un convento.
En ese momento, al poner sus bienes en orden, descubre entre los papeles del difunto, nada menos que el mencionado Libro Primero de Cabildos de Lima y sin demora lo entrega al alcalde, Luis Roca y Boloña.
Así volvió a su sitio el más importante documento de la historia de Lima, que continúa abierto ante nuestros ojos y en el que se halla la rúbrica de Pizarro, sinuosa, serpenteante y enmarañada como muchas partes de nuestra historia, y que nos traslada en un rapto alucinado a aquella época.
Lima es entonces un hermoso valle, una imagen idílica, como un retrato en sepia, que retrocede vertiginosamente, incluso hasta antes de que fuera la ciudad de los Reyes.
Es el embrujo de la historia, el poder de la mente o el olor de las actas apiladas. Pero la fugacidad se revierte, se convierte en un huerto de cemento y en un frondoso bosque de papel. El vergel desaparece. Estamos en el sótano otra vez.
Lima, 14 de enero de 2008
Suplemento Variedades, Diario El Peruano
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