lunes, 18 de febrero de 2008

Motivo de festejo




Es un hecho de gran repercusión. La Cajita Rítmica Afroperuana, ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Nación. Este importante acontecimiento, sin duda, justifica el festejo.

Por Roberto Ramírez A. (*)

Un golpe le sigue a otro. Se repite incontables veces logrando diferentes sonidos que armonizados, te llevan instintivamente a mover los pies. Sigue la cabeza, que empiezas a menearla como haciendo un persistente gesto de afirmación. Luego aparece un cosquilleo cadencioso. Los latidos de tu corazón se aceleran al compás de la percusión. El torrente sanguíneo se alborota. El palo continúa golpeando la caja y el mundo entero empieza a vibrar.
Cualquiera no puede tocar la Cajita Rítmica Afroperuana. Hay que tener madera para ello. Hay que tener muñeca. Hay que tener swing en las venas, destreza en las manos. Hay que tener un ritmo de negros, un ritmo sabroso, un ritmo festejo aquí.
El receptáculo, aporte de las poblaciones afrodescendientes a la música y a la cultura de nuestro país, es un pequeño instrumento paralelepípedo hecho de madera con una tapa que se abre y se cierra a voluntad del músico. Colgada al cuello, caída sobre el vientre, ésta se toca, se golpea, se percute con un palo del mismo material.
Su uso musical, tal vez involuntario como la llegada de la población de origen africano a estas tierras, se debió a la oportunidad de algún esclavo del ritmo que subyugado por el son golpeó en el momento y en el lugar preciso la puerta de la historia.
Rafael Santa Cruz, maestro del cajón, catedrático de la música, cantante y actor de cine, teatro, telenovelas y series de televisión, subraya que ya en 1780 aparecieron unos grabados del obispo Baltasar Martínez Compañón con dibujos del baile de diablicos, en donde se aprecia a uno de estos personajes llevando la cajita.
“O sea, en esa época, definitivamente ya había cajita”, refiere enfático Santa Cruz quien fue el que realizó las gestiones necesarias para que el Instituto Nacional de Cultura (INC) declarara a la Cajita Rítmica Afroperuana, como Patrimonio Cultural de la Nación
No hubo –dice- engorrosos trámites burocráticos, pero sí rigurosidad, como debe de ser, en las evaluaciones de los argumentos que llevaron a declarar como nuestro patrimonio a este tradicional instrumento.
Santa Cruz comenta con entusiasmo que se encontraba en Chile cuando sorpresivamente se enteró de la decisión del INC. La noticia llegó así, de golpe.

Caja registradora

Es paradójico que una información como ésta, no haya tenido gran repercusión mediática. Sobre todo si hablamos de un instrumento, resonante por naturaleza, que ha permitido mantener un tipo de identidad expresada en la rítmica de los afrodescendientes y que es parte de nuestro sincretismo cultural.
Los estudiosos ubican a la cajita en las celebraciones del Corpus Christi en el siglo XIX y en los carnavales, donde se une a la sonoridad del festejo y al Son de los diablos.
A diferencia del cajón, la cajita está diseñada para poder llevarla en un desfile con total facilidad mientras se tañe, mientras se percute, mientras se toca. Quizá sea ésta una razón por la que el cajón no aparece en la iconografía de procesiones de siglos pasados.
En las acuarelas de Pancho Fierro donde se ilustra la danza del Son de los diablos predominan tres instrumentos: la quijada de burro, el arpa y la cajita.
El autor del libro El cajón afroperuano dice que es muy probable que la cajita haya sido utilizada inicialmente para otros fines. Se presume que ésta servía para juntar los aportes voluntarios que solicitaban los músicos luego de ejecutar su arte por las calles de nuestra ciudad.
“Hay una teoría que señala que la cajita se usaba al principio sólo para recolectar monedas, pero los solicitantes no eran ni muertos de hambre, ni dependían de ello para vivir, sino que todo esto tenía una connotación de retribución”.
Al parecer un buen día, el encargado de llevar la cajita, contagiado por la comparsa musical, o disgustado, imagina el cronista, por la recaudación, empezó a golpearla, una y otra vez, por fuera y por dentro, cerrada y luego abierta; bajando con fuerza su tapa, logrando, sin querer, golpes rítmicos, secos, ordenados, que al ser combinados, generaban un éxtasis sonoro.
Se presume que habría cogido el palo con el que se toca la quijada de burro y que con él pudo alcanzar una sincronización estupenda.
“Alguien encontró la riqueza musical en esta caja. Es pues, el ingenio del ser humano que necesita la percusión para jugar con una serie de combinaciones rítmicas”.
El nieto de don Nicomedes Santa Cruz manifiesta además que por la cadencia es fácil deducir que el ejecutante de la cajita haya sido un africano o un descendiente de africano, que tenía más propensión a coincidir con la combinación de estos ritmos que, más allá de algunos silencios, han repercutido en el tiempo.

Colorido festejo

La ausencia del color. Así define el diccionario la palabra negro. José Antonio del Busto señala que las cajetas o cajitas sonoras tenían color. Dice que estaban pintadas (John Dalton no lo habría podido distinguir) de rojo, verde o azul.
Santa Cruz, el primer actor negro que en una telenovela nacional dio vida a un personaje que nada tenía que ver con los arrebatos de carteras o la discriminación por determinada coloración y que por el contrario interpretaba a un médico exitoso; destaca los trabajos que hicieron también Abelardo Vásquez y Nicomedes y Victoria Santa Cruz para la preservación de la cajita. “El siguiente paso es que sea reconocida por el mundo”, dice.
Este instrumento –añade el brillante músico- se puede apreciar mejor en el Son de los diablos y en las canciones en ritmo de festejo.
Se sabe que en el festejo las mujeres danzan sin zapatos, en muchos casos con una pañoleta amarrada a la cabeza, con faldas de colores y fustanes largos de color blanco que, según algunos, tampoco es un color, sino la suma de todos los colores. En realidad, los colores solo existen en la mente.



Lima, 18 de febrero de 2008
Diario El Peruano – Revista Variedades
(*) rramírez.roberto@gmail.com

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