sábado, 3 de mayo de 2008

Jóvenes plumas




Dos promesas de las letras, convocadas por la Sub Gerencia de Educación y Cultura de la Municipalidad de Lima, para participar en el I Encuentro de Literatura Joven, nos acercan al mundo de aquellos que persiguen la palabra precisa.

Por Roberto Ramírez (*)

Ya estaba ubicado, puntual, en una de las primeras mesas del Queirolo. Mientras los demás parroquianos buscaban en algún lúpulo aplacar el incendio inextinguible de sus gargantas, él pedía un café.

Arturo Valverde publicó a los 19 años “Haciendo cuentos”, libro prologado por el autor de “La revolución constructiva del aprismo. Teoría y práctica de la modernidad” (2008); es decir, por el actual presidente de la República.

De niño se involucró con la música clásica y siempre estuvo sentado en primera fila, en cuanto curso sus padres lo inscribieron. “Desde chiquito me inculcaron el arte y la lectura”, indica mientras el mozo se acerca con la taza humeante.

Fue arquero suplente del Alianza Lima y compañero de Jefferson “la foquita” Farfán. De no ser por la literatura hoy, a sus 23 años, sería el guardameta blanquiazul. Esa experiencia, dice, le permitió analizar en la praxis, los movimientos aerodinámicos de esos seres que se impulsan midiendo el espacio, la fuerza y la velocidad, para impedir que la pelota entre al arco.

De no ser por la literatura, imagino, pudo haber sido un gran tenor y casarse en la parroquia de su barrio. Tres de azúcar. De no ser por la literatura hoy no estaría en busca de la palabra precisa.

Milagros Martínez, joven poetisa de 26 años, no pudo venir al Queirolo. Ella ganó los juegos florales de la universidad Ricardo Palma cuando tenía 22 años. Le dieron 1,500 soles. “La sensación de ganar dinero escribiendo poesía, fue extraña”, dijo en otro momento.

También se le otorgó el primer puesto en un certamen que organizó la Norbert Wienner. Cuando obtuvo el tercer lugar en los juegos florales de la San Martín de Porres, Milagros decidió que no se presentaría nunca más a otro concurso.

Arturo participó en varios concursos literarios y según manifiesta, siempre estuvo entre los finalistas. Es diligente y empeñoso. Adelantado. A los once años, cuando los demás púberes suelen volar cometa, él comenta que leía a Manuel González Prada.

“Yo jugaba a los ocho años con gente de veinte años. Yo conversaba a los ocho con hombres de cincuenta años”. (…) Yo a veces sueño que estoy conversando con Balzac o con González Prada, yo no sueño que le pido el teléfono a una chica”.

Comenta que en el trayecto de la custer que lo lleva de su centro de estudios a su casa aprovecha para leer. Así el carro vaya repleto y él vaya parado. Libro y boleto en mano. No importa. Al fondo hay sitio. “Se dice que con la modernidad la gente vive más apurada, entonces cada minuto que pasa, tú tienes que aprovechar el tiempo”, recomienda Arturo.

“No hay tiempo – dice Milagros- para hacer todo lo que quisiéramos o bebiéramos hacer”. Está a punto de publicar “Síndrome de Estocolmo”, libro que le tomó casi ocho años terminarlo. “Tenía dos alternativas, escribirlo o volverme loca”.

Ella tenía miedo de la noche/ por eso raspaba la pared/ por eso le mentía al tiempo/ por eso cada noche atrasaba los relojes/ y esperaba…/ llorándole a la sombra de un poema/ que la eternidad no llegue.

Tenía miedo es el nombre de este poema que Milagros escribió luego de participar en el taller de poesía de San Marcos. Allí, recuerda, se hizo una antología llamada “La movida del 2000”, pero a ella nunca le gustó ese nombre.

“No me gusta que clasifiquen a los poetas. Poetas sociales, poetas puros, eso, desde mi punto de vista, es absurdo. Un poeta puede escribir un poema en que refleje su posición política, a la noche siguiente sobre el objeto de su amor, y horas más tarde escribir sobre la poesía misma”.

Ella dice que los medios no le dan mucha cabida a la literatura y mucho menos a la poesía. “Esto no se le hace a un poeta”, diría, etéreo, en otras circunstancias, el vate y cantante, Hernán Condori (1)

Los problemas de difusión los conoce también Arturo, pues luego de publicar su libro, financiado con el esfuerzo de su padre, tuvo que buscar él mismo que los medios reseñaran su obra.

“Salió una pequeña entrevista con Iván Thays, también en CPN y en Radio María”, indica el precoz lector de González Prada, dándole otro sorbo a su café.

Él no usa computadora, porque no siente que está escribiendo cuando no tiene lápiz y papel. Ella tampoco escribe poesía en la PC. Él lee a los clásicos; la adolescencia de ella fue marcada por los malditos. Él se nutre de Fran Zappa y del jazz para darle musicalidad a sus cuentos. Ella escucha a Sabina, Serrat y Milanés. Él aprecia la ópera. A ella le fascina Javiera y los imposibles.

Él y ella –ambos jóvenes talentosos- participarán en el I Encuentro de Literatura organizado por la comuna limeña. Allí, podrán pedir la liberación de las palabras y exigir una mayor difusión de la obra de los que usan el lenguaje con una significación mágica.
Allí, es probable, alguien querrá gritar, efusivo, aquella frase implacable y suspicazmente recordada por la funeraria Merino: "¡Los viejos a la tumba; los jóvenes a la obra!, de Manuel González Prada. Viene el mozo, entrega la cuenta.

(*) rramírez.roberto@gmail.com
Suplemento Variedades 21-04-08




(1) NR. Hernán Condori vocalista del fenecido grupo “Los Mojarras”, conocido también como Cachuca, protagonizó en el año 2005, un confuso incidente con una vendedora de caldo de gallina en el populoso distrito de El Agustino. Se le diagnosticó traumatismo encéfalocraneano. Aquel día Condori se proclamó ante las cámaras de televisión, como poeta. A esa misma hora en el jirón Quilca alguien declamaba Los Heraldos Negros, del inconfundible vate peruano César Vallejo.

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